ESTAMPAS DE MI PUEBLO

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martes, 21 de octubre de 2014

RELATO EPOCA CARLISTA SUCEDIDO EN LA NAVA DE ABAJO





RELATO ÉPOCA CARLISTA SUCEDIDO EN LA NAVA DE ABAJO





  

    Revisando documentación y libros antiguos sobre la historia de de los pueblos de Albacete, en fondos adscritos al I.E.A. y Centro de Estudios de Castilla La Mancha (UCLM), llegó a mis manos un ejemplar de la Guía de Albacete y su Provincia, escrito por Don Antonio Álvaro Martínez, en el año 1936.-


  Y siempre dando gracias a la “casualidad”, encontré un hecho acaecido en Octubre de 1874, en plena contienda de la llamada “Guerra Carlista”, que me llamó especialmente la atención por haberse desarrollado en nuestra querida “Nava de Abajo”.







   Saciando mi curiosidad, e imaginando su adaptación a la forma de vida de aquella época en la muy pequeña aldea o caserío, he querido contarlo, lo que hago a continuación, acompañando varias fotos no solo de figuras de aquel tiempo, sino de las páginas del libro que narran los hechos, para que podáis comprobar la forma de describir circunstancias, y sobre todo imprimir verosimilitud y credibilidad al relato, que cuenta literalmente lo siguiente:






. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .


    Para que la historia sea acreedora al nombre de ciencia, no le bastan incoherentes y vagas tradiciones; necesita hechos comprobados, observados, clasificados, bien descritos, y jamás tendenciosos en ningún sentido.

   La crítica, bajo el imperio de una duda razonable, debe examinar los acontecimientos, y cualquiera que sea el número de los que los atestigüen, cúmpIela rechazar lo que repugna a la naturaleza de las cosas: penetrar el artificio simbólico que las hace oscuras e inadmisibles: adoptar por un momento las opiniones de cada escritor y de cada tiempo; tomar en cuenta lo que pudo ser producto del miedo, de la adulación o del espíritu de partido, y balancear los detractores con los panegiristas. Sin critica, es la historia un ciego, que turna por guía a otro ciego.   





    No es nuestro propósito hacer un inicio critico de la obra del señor Sánchez Torres, no; pero forzosamente iremos de consignar, las omisiones, como igualmente las inexactitudes que en la misma incurre; porque de ellas depende, el quedar desfigurados los hechos, de tal manera; que el perverso resulte un bendito y el bueno, un desalmado. 






       Dice el señor Sánchez Torres en sus apuntes para la historia de Albacete: “Comenzó el año 1874 con fundados temores de una invasión carlista. El 10 de Enero a las cinco de la mañana, llegó el General Santés a Albacete al frente de tres mil hombres. Su primera disposición fue apoderarse de la fonda del Reloj, a fin de cortar los fuegos del Gobierno Civil, ordenando también, que una brigada incendiase dicho edificio.






    Un tal Motilla (de esta localidad), ayudado por varios individuos de la facción, se subió al tejado provisto de una lata de petróleo, con el propósito de llevar a cabo su buena intención, pero con tan mala fortuna, que desde una ventana, le hicieron fuego quedando muerto encima del tejado.

    También dice dicho señor; -que en el Cuartel de la Guardia civil, había siete guardias, que hicieron una heroica defensa de su Casa cuartel, hasta que fue presa de las llamas-....






    En el Cuartel no había siete guardias, eran nueve, porque los guardias Navalón y Cuenca, fueron muertos desde una ventana que existía en un Cuarto-carnicería de la Plaza de las Carretas, que daba al corralón de dicho cuartel. La muerte de estos dos guardias, paso desapercibida para el señor Sánchez Torres, por lo que solo menciona los vivos.

    Después, sumamente contristado añade: El 3 de Diciembre del mismo año, fue pasado por las armas en la vereda de Acequión, el infortunado cabecilla don Miguel Lozano Herrero, muy conocido de la buena sociedad de Albacete, donde eran estimadas sus excelentes prendas y que murió con valor sereno y resignación cristiana y protestando de su inocencia Unánime fué en el pueblo el pesar por aquel tristísimo suceso, quedándonos la duda, de si nuestras autoridades y personas influyentes, hicieron cuanto podían para evitarlo.-





     Con tan exagerada como injusta parcialidad, demuestra el señor Sánchez Torres, su pasionismo por tan distinguida personalidad: porque siendo dicho señor hombre de Leyes, debía saber que en todo proceso, para sentenciar en justicia, es indispensable ante todo, conocer los antecedentes del acusado, y de este modo, se hubiera enterado (si no lo estaba ya), que el señor Lozano, siendo Oficial de la Guardia Civil y estando desempeñando el cargo de Cajero, distrajo los fondos encomendados a su custodia, motivo por el cual se pasó a la facción. Luego su compungido relato no pudo utilizarse en modo alguno, para demostrar una inocencia que no existió, todo lo contrario, como palmariamente vamos a demostrar.





    El 13 de octubre de 1874, se presentó en la estación de ferrocarril de Pozo-Cañada, una partida de carlistas, capitaneada por el cabecilla Lozano. Prendieron fuego a la estación, llevándose prisioneros a don Francisco Armada, jefe de la Estación; don Diego casas, Asentador de la vía; don Manuel Quinoa, Guarda-agujas, y José Cuartero, Mozo de estación. Dicho día pernoctaron en Pozohondo, al siguiente o sea el 14, en la aldea de Nava de Abajo. El amanecer del 15, unos cuantos facciosos sacaron a los prisioneros a la orilla de las casas, diciéndoles: “estáis completamente libres, podéis marcharos”, no bien habían dado diez o quince pasos, aquella horda de forajidos les hicieron una descarga, asesinándoles villanamente. 
 
     Fueron sepultados en el cementerio de Pozohondo. La Compañía de Madrid, Zaragoza y Alicante, mandó una lapida de mármol blanco de 1,68 metros de alto, por 0,79 de ancho, que copiada literalmente, dice así:




    Con lo expuesto, se observa de una manera clara y terminante. sin lugar a duda alguna, las excelentes prendas que adornaban a tan humanitario cabecilla; así es que no es de extrañar, que muriese con valor sereno y resignación cristiana.

    Realizada tan heroica hazaña emprendió la partida la marcha a Bogarra, satisfecha de haber quitado cuatro inocentes vidas, dejando en el mayor desamparo a otras tantas desoladas madres con sus tiernas criaturas; solo el maestro Asentador dejo diez hijos.






     Nada dice el señor Sánchez Torres de este tristísimo suceso.

    ¡En qué mal lugar deja el señor Sánchez Torres. a la buena sociedad albacetense de aquella época!

    ¡¡Así no debe darse apuntes para la historia!!

     En Bogarra, fueron sorprendidos a media noche, por una columna del Ejército, mandada por el General Daban (don Luis) logrando escapar Lozano a caballo. Por un sitio de noche, que de no verlo, no puede creerse que por am pudiera huir un hombre a caballo sin estrellarse.





     A fines de Octubre de aquel mismo año, en la estación del ferrocarril de Linares, fue capturado por la Guardia Civil el cabecilla Lozano, pero, ¡rara coincidencia! , uno de los guardias que componía la pareja que lo detuvo, había estado a sus órdenes, por cuyo motivo, no le pudo valer la estratagema de presentar una documentación falsa.


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    Este es el relato según es contado en el libro (repito, Guía de Albacete y su Provincia), pero que sucedió en una Nava de Abajo con muy pocas casas, seguramente separadas las casas de arriba con las casas de abajo, quedando a la libre imaginación de cada uno.

   Yo solo sé, por lo que a mí respecta, que testigos presenciales de aquellos hechos fueron mis bisabuelos por línea paterna Fernando Oliver y María Molina, y por vía materna mis bisabuelos Antón González y Benita Arroyo.-

   Esperando que os haya “gustao”, y con la satisfacción de saber algo nuevo de la historia de nuestro pueblo, recibir un abrazo como siempre.


Oliver.-





martes, 7 de octubre de 2014

LAS TAREAS EN EL CAMPO



(En el Verano)
  


    Una vez concluida la Fiesta de San Pascual, en llegando a San Juan, las mieses adquirían ese dorado espectacular, empezando a zurrir las chicharras, a granar las espigas, iniciando la inclinación como señal de empezar a estar a punto de la recolección.- Lo primero era afilar las hoces con el esmeril, las zoquetas, y el ropaje, con los botijos y sombreros.- Había que tenerlo todo "preparao" para el "ato" antes de dar el primer paso.



     Con el inicio de la siega, comenzaba también para trilladores y “ereros” el arduo trabajo de trillar la mies, es decir, cortar la paja y espigas de la parva para liberar el grano. Durante todo el verano y medida que llegaban las galeras cargadas de candeal desde los campos cercanos, los “ereros” (obreros a cargo del dueño encargados del trabajo en la era) descargaban las gavillas o haces e iban agrupándolas en un gran montón llamado “hacina”. (en la Nava se les decian "Cargas").-




       Esta es la forma adoptada en las grandes fincas de los terratenientes.- En las labores del pequeño agricultor todo se hacía distinto.- Los trabajadores eran solo tres o cuatro y había que emplear el ingenio para solventar la faena de la forma más acertada y artesanal.- Se segaban primero las cebadas, después los trigos y centenos y por último la avena.



    Galera tras galera, el candeal recién segado iba al suelo con la ayuda de horcas, y después se acumulaba a la espera de extender la parva y dejarla lista para la labor de las mulas y el trillador. Muchas de estas eras han desaparecido a medida que los pueblos crecían y se iban construyendo nuevas casas, barrios o naves de ganado. Pero todavía se conservan algunas de nombres evocadores, cuya sola mención nos trae a la mente unos tiempos y quehaceres hoy ya relegados al olvido.




     Las eras eran terrenos llanos, de grandes dimensiones, construidas siempre en un espacio abierto en las inmediaciones del pueblo y normalmente de forma rectangular o circular. Por supuesto también existían eras en los cortijos, pero el volumen de trabajo en las cortijadas siempre era mucho menor. Trillar cerca del casco urbano facilitaba el acarreo de la mies desde los campos, así como el proceso de almacenaje y venta posterior del grano. La Nava estaba perfectamente conectada con PozoHondo, centro municipal, donde confluían los principales caminos que atravesaban el término y allí se encontraban también los silos de la cámara agraria, adonde iba a parar la práctica totalidad de la cosecha.



     El emplazamiento de la era tenía su importancia: debía estar siempre en lugares elevados y lejos de edificios, árboles u otros elementos que impidiesen la libre circulación del aire, pero sin embargo casi en todas ellas había un gran “olmo” que daba sombra a los animales y a las personas, y era el sitio reservado para proteger el “ato”. Y es que en la era también se realizada la labor de “ablentar”, es decir, separar la paja del grano de candeal mediante la acción del viento.




      Los “ereros” sabían que en una era abierta a todos los vientos podían trillar y aventar simultáneamente sin esperar a que soplase el aire en la dirección adecuada (lo que a veces tardaba días en producirse). En verano por el paso de las galeras y el pisoteo continuo de animales y hombres; y en invierno por las inclemencias del tiempo, lo que obligaba a menudo a una reparación periódica para asentar y asegurar de nuevo el terreno.




    Las eras tenían asimismo cierto detalle que las hacía todavía más eficaces: una suave inclinación. Y es que, con el fin de evitar que las lluvias encharcasen el terreno y lo inutilizasen, siempre se construían con una ligera pendiente para facilitar la evacuación del agua hacia el extremo más bajo.

     Así, mientras trilladores y ayudantes corrían a guarecerse con la repentina aparición de una “nube” de verano, el agua corría por la lisa superficie de la era y, una vez escampado, quedaba libre de charcos y dispuesta rápidamente para el trabajo…



     
     Las eras fueron de gran importancia en zonas de secano de todo el interior de España, donde una gran proporción del término se dedicaba al cultivo del cereal. Sin embargo, estas explanadas no se destinaban únicamente a grano y servían también para otros productos tan comunes como las legumbres (garbanzos, guijas o lentejas), cuya producción local era igualmente notable.




     Recuerdo a los hombres, en los preparativos y renegando y maldiciendo el avance de las cosechadoras que comenzaban a invadir nuestra tierra y las veían como una amenaza para los campesinos. La Mancha acabaría celebrando la tarea con tractores y cosechando con máquinas segadoras, trilladoras, y por último cosechadoras

     Por tanto estos recuerdos, son más producto de mis inicios, cuando iba con mi padre y madre al bancal de “Cerros de Hellin”, y observamos la cuadrilla de “segaores”, con Pablo y Evelio a la cabeza





    Comenzada la siega no existían domingos ni festivos, ni casi noches, las jornadas eran de sol a sol, descansando solo “el día de los segadores”, San Pedro y San Pablo, pues era muy importante darse aire, de la siega no se libraba nadie, participando toda la familia en la tarea, aunque yo nunca llegue a segar, por mi edad, si lo hicieron algunos primos hermanos míos, y alguno de ellos poco más y nace segando, pues no hemos de olvidar que las mujeres también segaban incluso estando en avanzado estado de gestación, siendo el único día que paraban por festivo durante la siega el citado día de San Pedro y San Pablo.




     Era la siega una de las más duras tareas agrícolas debido a las condiciones en las que se realizaba. Fuertes calores por la época de la recolección en los campos de la Mancha, donde, no sin razón dice el refrán que, hay nueve meses de invierno y tres de infierno; y la necesidad imperiosa de concluir cuanto antes, para que la posibilidad de un nublado no desbarate la cosecha del año, o forzados por la granazón y secado anticipado de las mieses que exigen adelantar el inicio de la siega o aplicar distinta técnica de corte para que no se desperdicie ni un solo grano.





     Y es que, cuando se retrasa el corte de la cosecha, cuando la siembra se pasa, la mies se descabeza y cae la espiga al suelo al ejecutar el tajo. Por ello debe ser segada aprovechando los momentos adecuados: cuando se reviene o blandea, lo que ocurre a primeras horas de la mañana, y al atardecer cuando el relente nocturno y la puesta de sol suavizan la mies.

     A ello alude el refranero popular “No es cebá que se escabece” en el sentido de que una actividad no corre prisa, al contrario de la cebada que no admite dilación alguna.







Cásate mujer honrada 
Que “te se” pasa el centeno, 
Que tienes una cañada 
Que de balde te la siego.

      Hacia San Juan o San Pedro, secas las espigas, se comenzaba a segar. Es entonces cuando la espiga se dobla por estar cargada de grano y adquiere un color dorado. Primero, las cebadas. Trigos y centenos, después. Finalizando con la avena.





    En la faena participaba casi toda la familia: hombres, mujeres y chicos. Eran las abuelas quienes quedaban en el pueblo para ocuparse de los más pequeños de la familia. Cuando esto no era posible, se buscaba una chica mayor que se ocupara de ellos, la niñera. Aunque eran muchos los casos en que la familia en pleno se trasladaba al campo de siega. Allí, en el rastrojo, quedaban los más pequeños, bajo el toldo, al cuidado de uno algo mayor.




     Todos los avíos de la cuadrilla se colocaban en el hato, un sitio a propósito en el campo (piazo o bancal) que se siega. A la sombra, si la había. Aquí, en el hato, se conservaba todo lo necesario para ejercer su actividad. Allí, el saco de pan duro, el cántaro de agua, el aceite y vinagre. Más allá, tomates, cebollas, saquillo de la sal; y los aparejos de las caballerías que pacen en el rastrojo, las aguaeras... En algunas cuadrillas grandes solía haber una persona encargada del rancho, ranchero o hatero. 

    Cada uno tenía una tarea que cumplir. Hasta los más pequeños, que podían llevar un surco o dos; colocaban los ataderos en el suelo o formaban las gavillas para que otra persona, experimentada, las atara.



     El segador coge la mies con una mano, protegida por la zoqueta y la corta con la contraria, que empuña la hoz. Cada uno de estos cortes y la mies recogida en él es un golpe. Sólo cuando lleva en su mano varios golpes deposita la mies en el suelo para formar las gavillas que, posteriormente serán atadas por el ataor. 

     Atado que precisa de cierta técnica, de manera que la mies quede bien sujeta y pueda soltarse con facilidad o desatarse a la hora de extender la mies en la parva, tirando de uno de los extremos.






    Las gavillas eran brazadas del cereal segado. Con tres gavillas se hacía un haz y se ataba éste con un atadero y así se preparaban para el acarreo por carros y galeras a la era para su posterior trillado. 

    Los pequeños agricultores procuraban segar cuanto antes sus cosechas para así integrarse en las distintas cuadrillas que recorrían La Mancha de un lado a otro, la expresión “ir a segar a La Mancha” lo dice todo. Los segadores se alojaban en casa de “los amos” en cuadras y pajares, que recibiendo la manutención como parte del jornal. Era una labor muy dura, a pleno sol, sin un atisbo de sombra, ya podían dar gracias si existía algo de sombra para dejar el hato, donde se dejaba el agua, el vino, pan duro y seco, tomates, sal, aceite, tocino o lo que bien se pudiese. 





     La ropa con la que comenzaban la siega era con la que terminaban, cuando esto sucedía los pantalones se quedaban de pie, por la mezcla del sudor y el polvo. Del sol se protegían, hombres y mujeres con pañuelos sobreros de paja de gran tamaño. Muchas veces me he preguntado si las personas de hoy en día seriamos capaces de tal sacrificio, y de si alguna vez seremos conscientes de la gran valía de aquellos hombres y mujeres que parecían de acero por su resistencia a pesar de todas las carencias.




   Ya en enero se empezaba a preparar la tierra; a partir del mes de abril o mayo se terciaba para sembrar en octubre o noviembre. Se segaba a mano. Cada segador iba en su surco. Lo segado, se ataba en gavillas. Después de la siega se acarreaba en los carros hasta la era. Este era prácticamente el calendario que como pueden comprobar ocupaba todo el año.-  

    En la era, se hacían las "hacinas" o "cargas",  intentando evitar que éstas se calaran si llovía. Después le llegaba el turno a la "trilla". Previamente se había limpiado la era de piedras y cantos. Esta faena se conocía como rulear la era; para ello se utilizaba un rulo (gran piedra con forma troncocónica, que facilitaba el dar vueltas a la era) y se usaba paja y agua para conseguir un buen suelo.



    También la tarea de colocación de la mies en el carro o galera exigía cierta técnica. Debía hacerse de modo que permitiera su traslado sin problemas a través de los accidentados caminos evitando que la carga baile e impidiera que pariera.





    Para trillar lo segado, se extendía la mies y con ayuda del trillo o la trilla (tirados por mulas) se iba dando vueltas a la era. De vez en cuando se le daba vuelta a la parva, y una vez que estaba "recortá" se ablentaba. Este proceso debía hacerse con el aire a favor y con la mies recogida en un caballón.





     Una vez ablentado, se cribaba el grano para quitar las granzas y piedras. Finalmente, y con la ayuda de la media fanega y los costales, se envasaba el grano y se llevaba a la casa (normalmente se guardaba en la cámara). La paja, guardada en el pajar, se utilizaba para alimentar las caballerías; las granzas se usaban para las gallinas

 



     El mejor momento del día: el almuerzo En la recolección de las lentejas se seguía un proceso exactamente igual que con los cereales, exceptuando que la siega de cereales se modernizó hace ya muchos años utilizando las cosechadoras en lugar de las hoces, los tractores en lugar de las mulas, los sequeros en vez de las eras y lo almacenes en lugar de las cámaras. Esto contribuyó a que las faenas de la siega quedaran reducidas a unos pocos días hacia finales de junio en lugar de estar en la era hasta pasado San Lorenzo.




     Unos de los medios empleados por aquellas fechas, además de las mulas, y mas tardes los tractores, cambiando los carros y galeras por adecuados remolques, ya con ruedas neumaticas, tambien se emplearon las yuntas de bueyes.



   Yo me acuerdo perfectamente, en la Nava, que era todo un espectáculo ver pasar la galera totalmente cargada de mies, y tirada de un par de cabestros, rojos, grandes, con enormes cascos, propiedad de la finca del "Riconcico", situada un poco mas allá de la Cueva de la Encantá .-




    La última faena que, relativamente, seguía todo el proceso, era la cosecha de las lentejas. También se modernizó con el uso del tractor, pero mantenía la esencia del proceso: recogida manual, acarreo en el remolque, trilla en la era, ablentado de la parva, criba del grano y envasado en los costales.





     Horca, pala, rastro, son los útiles que servirán al labrador en este nuevo proceso. Horca de madera de olmo, generalmente, de cuatro o cinco dientes de unos 25-30 centímetros de longitud que salen de un tronco común de mango largo para su manejo. Sirve para volver la parva, y aventar, una vez trillada la mies, lanzando al aire el cereal.




       La pala es una pieza de madera curvada, con mango largo que sirve para volver la mies de la parva cuando ya está triturada y para aventarla cuando los dientes de la horca son incapaces de cogerla. Con el rastro acerca el labrador la mies trillada hacia el centro de la parva...



   
     Los hombres extienden la mies portando los haces con la horca o a mano al sitio adecuado de la era donde los desatan y esparcen en un círculo, la parva. Hay parvas de forma circular y buen casco de mies, propias de trigo, cebada y otros cereales. Otras son de tamaño menor, también redondas.  





    Se extienden éstas alrededor de un círculo central que se deja libre, donde se coloca la persona que sostiene el ramal de la caballería, única, que arrastra la trilla. Esta parva se utiliza para trillar garbanzos, lentejas, yeros, etc.





      En las casas grandes se solía contratar peones temporeros para la labor de recolección. El trillaor solía ser un peón joven que se dedicaba a la faena de la trilla. A las nueve de la mañana, pasado el relente de la noche que ablanda la mies, se inicia la jornada de trilla






     A la una de mediodía, animales y personas descansan y se reanuda la tarea a las cuatro para concluir algo antes de atardecer. Durante toda la jornada las bestias arrastrando la trilla, dan vueltas y vueltas sobre la parva, donde los pedernales de la trilla van desgranando las espigas y cortando sus cañas hasta convertirlas en pajas.




      La trilla, introducida en España por los cartagineses, consta de tres o cuatro tablones de madera unidas por medio de cabezales colocados sobre las tablas para ensamblar el conjunto de hasta dos metros de largo por 1,5 de ancho.




  La parte delantera está redondeada y levantada al frente. El tamaño depende de su uso mular o asnal. Los primeros son más grandes y llevan debajo, a lo largo, tres o cuatro hojas de sierra. Entre ellas van incrustados pequeñas lascas de pedernal, con las que se corta y tritura la mies.   






     Trillan mujeres y muchachos mientras los hombres se ocupan de otras tareas más duras Las mujeres, especialmente en la siega, pero también en la trilla, se colocaban un pañuelo tapando la cara, a la usanza mora, de manera que sólo se les veían los ojos. En la cabeza un pañuelo negro las mayores, de color las jóvenes, y sobre él, el sombrero.




    Los trillaores van de pie sobre la trilla. A veces sentados sobre una pequeña silla de enea o sobre una piedra colocada a propósito. Llevan en la mano una larga vara de oliva o un pequeño látigo con el que fustigar a los animales para que aviven el paso. Y, protegen su cabeza con un sombrero de paja para defenderse de los hirientes rayos del sol. 





    De cuando en cuando, es necesario volver la parva, voltear la mies, evitando amontonamientos y favoreciendo que ésta sea triturada uniformemente. Suele hacerse de tres a cuatro veces al día con la horca.





     Trillada la parva, se allega. La mies trillada se apila, tirando las yuntas de la allegaera y con la ayuda del rastro manejado por el labrador. Con la ayuda de una escoba amarga se barre la era juntando paja y grano en el montón que será aventado posteriormente. 





   Cuando el aire pica, se levanta o empieza a correr, se procede al aventado (ablentar, en nuestra tierra). El viento que corre a bocanadas es poco adecuado y resulta muy molesto. El aire bueno es el que empieza a correr después del mediodía, o al pasar la media noche.




  
     El aire más propicio para aventar es el ábrego y, en general los aires de abajo, procedentes de poniente, aunque hay que utilizar, por necesidad cualquier otro aun a costa de la imperfección y la dureza de la separación de grano y paja. 





    Puesto el aire en movimiento, todos los trabajadores disponibles se ponen a la tarea. Hay que aprovechar al máximo el tiempo de aire. Esta tarea goza de preferencia sobre cualquier otra. Se elimina primeramente la paja más larga con la horca. Separada la paja larga, se puede proseguir con la pala el aventado, hasta el final. 





      El grano, aislado de la paja, se coloca en un montón alargado en forma de pez. Se procederá posteriormente al cribado, operación que se ejecuta a mano, aislando el grano de otras semillas, chinas y demás impurezas.
  




    La operación de encerrar el grano en las cámaras, (entrar) pone fin a la recolección propiamente dicha. Se envasa el grano en costales con la media fanega que cabe seis celemines. Así dispuesto se traslada a la cámara de las casas. Son dependencias situadas en la parte superior de éstas donde, separados por tabiquillos de adobes enlucidos con yeso se encuentran los distintos compartimentos (ATROJES)  en los que se almacenarán separados, trigo, cebada, centeno y todos los productos recolectados. 





     Cargarse en la era los costales al hombro y subirlos a las cámaras era la primera prueba de fuerza por la que habrían de pasar los mozos si querían demostrar su virilidad, en un gesto ritual que cada año se repite de manera ancestral. La paja se encerraba en los pajares, camarones o dependencias grandes situadas, a menudo, encima de la cuadra a donde habría de llegar gran parte de la paja recolectada. Las pajeras eran un compartimiento de la cuadra en la que se almacenaba la paja que sería distribuida a los animales en el pesebre. 



 


    Encerrar la paja, echar la paja, meter la paja, es el colofón de las tareas agrícolas del cereal, del año en curso. Queda por delante un nuevo ciclo agrícola que comenzará con la preparación de las tierras para una nueva sementera.

    Y de esta manera ponemos colofón a este apartado de las tareas en el campo durante el verano, que ha sido mi propósito recordar con más o menos fidelidad aquellos tiempos.-

   Un saludo y hasta siempre.-
                                                                                                                  OLIVER.